La muerte, la Parca, señora segura y poderosa. Muy universal y de toque personal. Desconocida… de largo, de lejos, cerca, poseedora de timbre hipocondríaco apostado in mente que, gente arrojada y osada, se atreve a tocar. Saben vivir sin miedo a la muerte natural.
Ella cobarde porque cae, hace medir el suelo. Pies por delante. Rigor plano. Estropearse luego de una magia vil. Injusta. Contrastable la muerte, frente a nuestra Naturaleza animada, atmosférica que, a pulmón, contenta coloridos interplanetarios, a la memoria ¿Quién pone fin; quién? ¡Cómo una fecha de inicio de aguas rotas o enhorabuena al estreno del parto!
De valiente ni puñal tiene. Oscura. Ojos cerrados ¡Oh!, e inmaterial. Lleva reloj contrario al de muñeca, adelantado «despertador», karma con alarma. Péndulo de pararse ante un féretro de cerezo o, en primicia, calculadas cenizas de incendio, en muerte ¡fría!
Funesta compañera la Parca, antigua, que actualizándose sigue. En fin… Detestable término de tres sílabas. Grey de costillas como olas de tubo o túneles de colmillo de elefante sin marfil. Hiena de noche. Sin luz, sin día. Viene sola. Condenada «a vivir» tras la vida… (pudiera parecer) o representante de placidez de pensamiento.
Ni llora. Muda. No sorda. Sabe del daño. Puede escuchar. Y calla. No tiene palabras. Y existe. Heroína de plañideras. Loca de velatorio de allegados. Rozan y chocan chambergos negros, como copas un brindis, a juego de opacas gafas una urna inoxidable. Compadecida: del llanto, del cortejo borroso, del hálito lejano, de la pena sin humor, de calaveras de seda saturadas sin pendón, de conciencias sin vade retro, del orgullo del miedo, y suspendida entre estertores roncos y justos. Su femenino vía crucis. (Misericordioso luto sufrido arco iris).
Presumida por salir en noticias sin errata, como agua de la ducha aseada, las hojas necrológicas de tinta enojada, en coche largo o limusina chabacana con estores de petate. Sin apetito feliz, seductora de somnolencia, la muerte. Odiosa de ver abrazos lastimados, envidiosa del beso debilitado, desfigurada de sentimientos sublimados. La Parca, está sobrada de alumbrar deceso, desarrollado o fresco, de huérfano sonajero o dejar abortadas ropas de bebe, también. Es defunción, sin otra superstición que lanzarse al mar Balear, al aire céfiro, al propio morbo de urna. (Debut del fruto el hueso rallado).
Malcriada por pecho asaz de infarto, la muerte. Intransigente del límite humano, de sabios médicos consternados, de blancas enfermeras desmoralizadas, de la herramienta que lo intentó o utensilios que dieron su alma durante la fabricación, o habitaciones carcomidas con techos y camas expirados. Metamorfoseada sin rubores en tumores. Creída, altiva, perdonavidas tras cualquier reanimación. Vivir sin pavor a la muerte, por tanto.
Omnipresencia mal usada y plagiada al dueño y Señor. Inclusa de paz mala, la muerte. Fea de cortar la respiración. Traidora de un corazón desabrochado. Guapa sin faz. Perruna sin can ni chucha. Dama estética. Inmoral en dilaciones eutanásicas. Pastora sin vivas lanas. Pesada Divina hueca. Condesa sin Drácula en defunción con bostezo.
Deambulando, alude: «llevarse mejor con los mejores» en obsesión, (de ahí, las familias en la conducción se sostienen…). Hace caso omiso «al rezo». Y desafía: «no se puede conocer el momento de la muerte veinticuatro horas antes de que empiece ese momento» ¡Temblad…! Estás de paso, un susto, el peor día, no te da tiempo existir.
Si no temes el inicio del encuentro, no temas la muerte. Del indescifrable encuentro no se vuelve. La Parca, no permite volver. Cuando el fallecimiento de una persona, exclama: «¡Gracias, señora! (sonriendo). Discúlpeme, dije muchas circunstancias malignas de usted». Y, la muerte, en tres aspavientos: «¡Bienvenido, caballero, (ríe, ella) reputo aroma de mujer!». Viva natural sin miedo a la muerte…, sus almas le aclaman, desde Vía Láctea (goce usted), Firmamento (disfrute), Cosmos (sean felices), Tierra…